miércoles, 12 de octubre de 2011

OTRA HISTORIA DE VENAS

Por Eduardo Galeano


EL DERRAMAMIENTO DE LA SANGRE Y DE LAS LÁGRIMAS: Y SIN EMBARGO, EL PAPA HABÍA RESUELTO QUE LOS INDIOS TENÍAN ALMA


"En 1581, Felipe II había afirmado, ante la audiencia de Guadalajara, que ya un tercio de los indígenas de América había sido aniquilado, y que los que aún vivían se veían obligados a pagar tributos por los muertos. El monarca dijo, además, que los indios eran comprados y vendidos. Que dormían a la intemperie. Que las madres mataban a sus hijos para salvarlos del tormento en las minas. Pero la hipocresía de la Corona tenía menos límites que, el Imperio: la Corona recibía una quinta parte del valor de los metales que arrancaban sus súbditos en toda la extensión del Nuevo Mundo hispánico, además de otros impuestos, y otro tanto ocurría, en el siglo XVIII, con la Corona portuguesa en tierras de Brasil. La plata y el oro de América penetraron como un ácido corrosivo, al decir de Engels, por todos los poros de la sociedad feudal moribunda en Europa, y al servicio del naciente mercantilismo capitalista los empresarios mineros convirtieron a los indígenas y a los esclavos negros en un numerosísimo «proletariado externo» de la economía europea. La esclavitud grecorromana resucitaba en los hechos, en un mundo distinto; al infortunio de los indígenas de los imperios aniquilados en la América hispánica hay que sumar el terrible destino de los negros arrebatados a las aldeas africanas para trabajar en Brasil y en las Antillas. La economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer posible la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto civilización alguna en la historia mundial.


Aquella violenta marea de codicia, horror y bravura no se abatió sobre estas comarcas sino al precio del genocidio nativo: las investigaciones recientes mejor fundadas atribuyen al México precolombino una población que oscila entre los veinticinco y treinta millones, y se estima que había una cantidad semejante de indios en la región andina; América Central y las Antillas contaban entre diez y trece millones de habitantes. Los indios de las Américas sumaban no menos de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sólo tres millones y medio. Según el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde habían vivido más de dos millones de indios, no quedaban más que cuatro mil familias indígenas en 1685. El arzobispo Liñán y Cisneros negaba el aniquilamiento de los indios: «Es que se ocultan -decía- para no pagar tributos, abusando de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de los incas».


Manaba sin cesar el metal de las vetas americanas, y de la corte española llegaban, también sin cesar ordenanzas que otorgaban una protección de papel y una dignidad de tinta a los indígenas, cuyo trabajo extenuante sustentaba al reino. La ficción de la legalidad amparaba al indio; la explotación de la realidad lo desangraba. De la esclavitud a la encomienda de servicios, y de ésta a la encomienda de tributos y al régimen de salarios, las variantes en la condición jurídica de la mano de obra indígena no alteraron más que superficialmente su situación real. La Corona consideraba tan necesaria la explotación inhumana de la fuerza de trabajo aborigen, que en 1601 Felipe III dictó reglas prohibiendo el trabajo forzoso en las minas y, simultáneamente, envió otras instrucciones secretas ordenando continuarlo «en caso de que aquella medida hiciese flaquear la producción». Del mismo modo, entre 1616 y 1619 el visitador y gobernador Juan de Solórzano hizo una investigación sobre las condiciones de trabajo en las minas de mercurio de Huancavélica: «...el veneno penetraba en la. pura médula, debilitando los miembros todos y provocando un temblor constante, muriendo los obreros, por lo general, en el espacio de cuatro años», informó al Consejo de Indias y al monarca. Pero en 1631 Felipe IV ordenó que se continuara allí con el mismo sistema, y su sucesor, Carlos II, renovó tiempo después el decreto. Estas minas de mercurio eran directamente explotadas por la Corona, a diferencia de las minas de plata, que estaban en manos de empresarios privados.


En tres centurias, el cerro rico de Potosí quemó, según Josiah Conder, ocho millones de vidas. Los indios eran arrancados de las comunidades agrícolas y arriados, junto con sus mujeres y sus hijos, rumbo al cerro. De cada diez que marchaban hacia los altos páramos helados, siete no regresaban jamás".


Fragmento incluido en Las Venas Abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, 1971.


martes, 4 de octubre de 2011

REALIDADES SIMBOLICAS



Hay cosas que te rompen la cabeza. Te sacan del eje. Un ida y vuelta entre el terreno de lo “verdadero” y la construcción de lo “simbólico”. Para algunos, el campo simbólico no es más que un costado blando de la “realidad”, una superestructura discursiva. Para otros, los vaivenes de la vida física y material sólo son aprehendidos cuando se cristalizan en un símbolo, una metáfora, una imagen. En cualquier caso, quizás se trate de un proceso circular que deja marcas (algunas de las cuales, devienen huellas). En la relación entre una y otra cosa, puede que se encuentre alguna explicación.

No es la intención de estas líneas analizar la epistemología del símbolo ni de lo simbólico. Muchas veces, un “algo” simboliza un universo mucho mayor. Imagino a Darwin haciéndole el juego a los ateos. A Copérnico, confesando su borrachera mundana, y más de una vieja parando la oreja para chusmear después. Freud, afiebrado, pinchándole el globo a los que creían que la razón lo podía todo. Muy simbólico todo, verán, muy inconsciente.

La teoría de la relatividad sintetizada a que una cosa lleva a la otra, y así por el estilo. La plusvalía como un vuelto encanutado en algún suculento bolsillo. Un flaco que baja unos cuadros. El martillo, la hoz, un bombo en negra y la banderita de las estrellas en todas las casitas del mundo. Y en la luna. Todo sonando en cinco punto uno. Palabras. Consignas de igualdad e inclusión en algunos rincones. Palabras-hechos-palabras. Metáforas de la vida, real y simbólica. Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir. Consignas reales. Simbólicas. Vida y muerte.

Ponerse la camiseta. Agitar. Releer una zoncera, un aguafuerte. Defender el modelo. O profundizarlo. O corromperlo y bastardearlo. O conspirar en su contra. Hacer una fiesta. Convertirse en un Gregorio Samsa cualquiera, olvidado por ahí, como tantos, pero sin perder la ternura jamás. Diversidad cultural. Soberanía. Monopolios, totalitarismo. Tirar la perinola y ofrecer millones en premios. Puros símbolos.

Un pañuelo blanco. El cuervo Moisés, de rebelión en la granja. Los indios kilmes obligados a exiliarse por la colonia. Una película sobre Papel Prensa. Una canción para la Magdalena. Un ultramachista relatando el partido para todos. Y para todas. Los Lápices que siguen escribiendo. La ambulancia que se niega a entrar a la villa. Rocky Balboa en Rusia. Palermo en Japón. La estampita de Pugliese. La vinchita que tenías ese día. Algunas cosas.

Maradona. El botón con la PB del ascensor. El ALCA y la ONU. Las siglas. Las escaleras de bajar. El mate amargo. La tecnología. Gatica pidiendo respeto entre los oligarcones. El juez de línea levantando el banderín. Alí dando clase, batallando por África. Muy negro, muy malo. Peleando con un cocodrilo, con una ballena. Negándose a Vietnam. Los chicos jugando en el barrio y en el barro. Los caretas, la traición. El bondi que se puso hasta las manos. Las caras. Las miradas.

Las oportunidades. Los temas tabú. Los sueños y las instituciones. Los miedos, los paréntesis, los silencios. Los nadies. Las risas, los llantos, los brindis, los anchos falsos. Los caminos. La suerte que es grela (yira). Las caricias a los autos. Los dinosaurios, las hormigas, los sapos. Los negocios y el lenguaje. Dios y el diablo en el taller. Los tiempos que corren. Lo que vendrá. El instante que ya pasó. La gente que extrañamos. Las decisiones que tomamos. Los símbolos reales confundidos entre el cuerpo, el alma y la cabeza.