Era uno de esos
atardeceres en los que el jugador experimenta la genuina sensación que lo
moviliza a intentar la hazaña, privilegiando utopías y quimeras por sobre
cualquier atisbo de falso realismo que lo detenga. Era un atardecer de
posibilidades imposibles. De tomar riesgos.
Si el deseo de
alterar el orden de las cosas era una sensación irrefrenable. Si las caras de
la moneda eran dos, entonces eso era suficiente espíritu motor. Suficiente
atractivo para moverse y actuar. Era un sacudón. Una campana de largada hacia aquello que
esperaba allí nomás. Eso que tanto se anhelaba, aunque se pareciera al destino
imposible.
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Hicieron camino al andar