jueves, 23 de junio de 2011

LA GARGANTA PODEROSA: ARTE Y COMUNICACION POPULAR

La carita de Carlos Fuentealba y la de Mariano Ferreyra se suman, una a una, para indicar el número de cada página. Pero no hay números en ellas. En lugar de números, están sus caras, multiplicándose, cómo símbolo de la resistencia y la lucha popular. Así es La Garganta. Así es la revista que, con cinco meses en la calle, reivindica el trabajo y la cultura de las villas, en las que viven los pibes y pibas que la producen. Así, contragolpean la estigmatización de los grandes medios de comunicación y el señalamiento de buena parte de la sociedad.

La Garganta es un producto comunicacional excelente, hijo del laburo de La Poderosa, cooperativa villera que nació hace siete años, expandiéndose por distintos rincones del país y Latinoamérica. Y lo hizo como “una fuerza social, combativa de la lógica perversa de las orgas noventosas, que despliegan sobre ficticios escenarios territoriales su magnífico caudal publicitario y financiero, estímulos materiales otorgados por aliados estratégicos, a cambio de no mirar más allá”, tal como lo explican desde la conmovedora y combativa editorial del mes de mayo.

Desde este humilde espacio, se saluda y reconoce, con muchísimo respeto, tamaña tarea y semejante calidad de trabajo. Una revista que, página tras página y nota tras nota, tira a la cancha toda la fuerza del poder popular. Incomodando las miradas que miran hacia otro lado, o miran sin ver. Combatiendo los estigmas y la invisibilidad. Reclamando justicia por los vecinos de lugares a los que nunca entran las ambulancias. Por los desaparecidos en dictadura, en democracia, en los grandes medios, y por los militantes asesinados en luchas sociales. Sumando una nueva voz. Crítica, potente, inclusiva, necesaria. Felicitaciones y salud a todas y todos los que la llevan adelante.

A continuación, se transcribe uno de los impecables artículos de la quinta edición, titulado “(Todas las voces tobas) Todas las manos tobas”, y que, como el resto de los títulos de cada página, se ubica debajo del cuerpo de la nota, haciendo brotar, desde abajo, la fuerza del contenido. Combativo, artístico, colectivo y popular.

Las letras de Paola Vallejos dicen así:

Mientras los villeros soportamos la demonización mediática, que nos vende como “okupas”, los qom resisten la verdadera usurpación. Desde Derqui, cosechamos la experiencia de sus huertas y los saberes de sus artesanos, con mil puños cerrados y manitos de abundancia. Porque la Pachamama, algún día, como el primero, será para el pueblo que la trabaja.

Dejamos atrás la ciudad, sus monstruosos edificios, sus calles grises, el bullicio de los alterados y el humo de los autos, para adentrarnos a Derqui, partido de Pilar, donde se encuentra la comunidad qom, compuesta por 42 familias. Desde la cultura villera hasta la cultura toba, viajamos para escuchar a los artesanos y agricultores que más saben de nuestra Madre Tierra. Bajo su ala, Bernardo Díaz, secretario de la comunidad, resiste todavía: “Siempre luchamos respetando las culturas y la naturaleza, pero aún no reconocen nuestros derechos. Y eso que la adaptación no fue fácil, porque nosotros conocimos la contaminación en Buenos Aires. No sabíamos de gripe, ni de tuberculosis, y hasta tuvimos que aprender cómo recurrir al médico, porque en el Chaco vivíamos libremente, sanos, con remedios naturales, como yuyos, raíces, cáscaras de árboles o grasa de Iguana”.

Hoy, la sangre toba sigue derramándose por las venas abiertas, así como sus tierras se conservan, o se destruyen, en manos de los apropiadores. Pero su lucha, sin embargo, no se desangra: “Queremos ser integrados y tener un funcionario toba que nos represente y conozca nuestras necesidades. Por eso, a nuestros chicos les pedimos que estudien, ya que en sus manos está el destino de la comunidad”.

No sólo barreras culturales debieron sortear los tobas en Derqui, puesto que las diferencias del suelo y el clima, en relación al Chaco, les impidieron tomar a la agricultura como sustento principal. Pero aun así, regaron de huertas su comunidad, sin relegar la pelea por sus tierras. Y por sobrevivir: “Donde sea que haya indígenas, hay problemas con la tierra, los nombres, la educación y la salud. De hecho, por más que sembremos y tengamos un comedor comunitario, si no se venden las artesanías, nuestros niños se mueren de hambre”.

Así como el gobierno porteño desoye a nuestras villas, los qom sienten en carne viva la indiferencia histórica. Entonces, entre propuestas de sangre y olvido, salen a gritar: “Nuestros ancestros han luchado durante siglos, por nuestros derechos, pero mientras los políticos no escuchen nuestra voz, no escucharán nuestra cultura. Y de eso se trata el respeto a los pueblos originarios".

www.lapoderosa.org.ar

lunes, 13 de junio de 2011

CUERVOS ENFRENTE, CUERVOS ADENTRO

La traición es una patada potente en el culo. Un puntinazo. Una bala que penetra por algún lado para impactar en el corazón. Generalmente tiene el poder de arruinar el lazo previo. De producir una profunda herida eterna en forma de pregunta abierta. Un desencantamiento pesado.

Inevitable pero también necesariamente se buscan las causas que pudieron haber producido el fenómeno. Surge la duda en función de las alertas que pudieron haberse presentado. Se llega al comienzo del todo, al origen de la cosa, al carozo del asunto. Sin embargo, muchas veces no alcanza para que todo cierre (como en algunas películas fáciles). El paso del tiempo, el contexto, la dirección del viento, una torta de guita, el miedo al pozo negro y otros etcéteras pueden operar cómo móviles de una traición. Modifican el escenario y pueden llevar a “cantar”, a callar, a mentir, a escapar, a mirar para otro lado, a afanar, a mandar a matar. Nuestra historia está cargada de esas historias.

Pero se arribe o no a una reconfiguración que permita dar cuenta de las causas de lo ocurrido, a veces, lo que queda son hechos concretos. Esos hechos que exponen y materializan la traición. Todos los “yo sabía”, “yo te avisé”, “era de esperar”, y así por el estilo, son tardíos. El daño está hecho. Y más cuando lo que se afecta tiene un carácter colectivo. Y si implica una acción fraudulenta, corrupta o delictiva, entra a un terreno legal y jurídico. Y si, encima, el asunto es de interés público, la cosa se pone más compleja.

Resulta “natural” que circunstancias de ese tipo determinen la (re) activación de todo el dispositivo mediático en función de intereses reaccionarios. No puede sorprender. Hay una caterva ultra recalcitrante que arrancó de cuajo el tablero de los códigos (pero eso sucedió hace mucho tiempo).

Sin embargo, la batalla cultural continúa. Y por eso es importante afinar las prácticas discursivas, tanto como la perspectiva crítica. No sirve de nada sistematizar las culpas en el relato de los “obvios”. Es importante marcar como se aventuran en la destrucción, pero también hay que tener la grandeza de reconocer los propios desaciertos. Eso quizá nos haga mejores cada día, y seguramente nos hará más. Que, en el fondo, es lo que buscamos que ocurra en el camino.

A veces no profundizar una dialéctica interna puede desembocar en “hacerles el juego”. Estar activos con el corazón, la cabeza y el cuerpo, corresponde a un movimiento colectivo, firme pero heterogéneo, para no caer en la cursilería ni en la peligrosidad de lo “ya sabido”. Defender nuestras banderas implica seguirnos discutiendo para poder avanzar. Seguir aprendiendo de la historia. De cada historia.

En algún sentido, nos causa gracia la cantidad de “ahora dicen”, “habría” y tantos zócalos infames. Pero no hay que perder de vista que una vereda tan grande permite en sus filas también la estadía y el pasaje de personajes nefastos. Por eso es importante intensificar la discusión y la reflexión. A la hora de asignar roles importantes, de construir espacios de poder, de manifestarse públicamente, de tomar decisiones en tiempo y lugar. Porque siempre hay que seguir caminando, por más que la utopía parezca acercarse un poco, se aleje bruscamente, vuelva a acercarse, se mueva. Y todo lo demás también.