A cincuenta metros de la puerta volvieron a cruzarse. Ella
sonrió y ambos fingieron naturalidad en la situación. Comenzaron a caminar
juntos y conversaron sobre algunas tonterías casuales sin la menor importancia
para nadie. Durante un espacio de silencio que ninguno de los dos interrumpía,
Roque se animó a silbar unos acordes inventados y desafinados. Tampoco dejaron
que sus muñecas se choquen como solía ocurrir.
Dos cuadras antes
de lo habitual, ella le dijo que tenía que doblar: “No quiero desviar tu
camino”, y estiró el brazo para saludarlo. Roque esbozó media sonrisa y no dijo
nada.
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Hicieron camino al andar