lunes, 25 de octubre de 2010

80 MINUTOS



Al entrar en la estación de Constitución, miro el cartel electrónico para ver como viene la mano. Son las 22:05 y el próximo a La Plata sale 23:25. 80 minutos. Larga espera, lo de siempre. Con la excepción de fumar, no hay mucho que hacer. Me acerco al buffet: cumbia villera y más espera. Ahora suena Walter Olmos, nicotina y alquitrán. La gente va y viene en diversas direcciones. Miles de caras se mueven. Siento una Voz interna que me hace una pregunta. Bien, le contesto (a secas), pero insiste con una segunda interrogación. Y sí, le digo, más o menos, qué sé yo.

Hay dos milicos de la federal; uno juguetea con la gorra. Un viejito tira un pucho y prende otro. La Voz me pega una sermoneada intensa y reflexiva. Dirige sus argumentos a lo más profundo de la trama. Me incomoda. Tiene razón.

Un pibito de unos diez años moquea y busca papas en un cono donde casi no quedan. Mi cabeza está llena de ratas y el tiempo no pasa. Por unos segundos se corta la música de Walter Olmos, pero enseguida vuelve: (“…métale corriente”). A todo esto, la Voz me sigue cagando a pedo y comienza a fastidiarme, tiene un tinte burlón (me está sacando la cabeza de lugar). Vuelve la cumbia villera. Me siento en el piso. Más tabaco. Falta un siglo para que salga el tren. Vuelve la Voz con una nueva pregunta. Más lejos, le respondo mientras fumo. Pero sigue preguntando. No, le digo con bronca. La Voz se ríe, y yo me pierdo.

Uno de los vigilantes está cantando la cumbia villera (“pibe cantina de qué te la das”). Me río. La Voz se descostilla. Miro la gente pasar y noto que a muchos la vida los maltrató bastante más que a mi. Pienso en eso y en…¡¡¡PAF, PAF, PAF!!!. La mano del bufetero golpea el mostrador sobre el que apoyo la espalda y el tipo me dice: “No te vas a quedar dormido papi, eh”. No pasa nada, le contesto. El milico está cantando la siguiente cumbia villera (no es conocida, intuyo que debe saberlas todas). La Voz me canta canciones para volarme la mente (ya ni escucho la cumbia). 22:37 anuncian que el tren a La Plata sale del andén 8, lo de siempre. Un señor muy gordo se apoya en el mostrador y pide un cervecín frío. Sigo fumando. La Voz me habla. No me rompas las pelotas, le digo. La Voz se ríe.

22:45. No soporto más la cumbia. Me paro y camino en dirección hacia el andén 8. Me acuerdo de Andrés y de Charly. Qué hijos de puta. Vuelve La Voz. No le contesto. Me siento en el andén. El ruido a silencio me mata. Un viejo de 70 mil años se clava una latita de cerveza (con bombilla). “Oie, oie, oie”, le dice un tipo a otro. La Voz me sigue atormentando con frases y canciones de todo tipo. En una de Los Caballeros, subo al tren. Falta media hora. Habla La Voz, dejando entrever sesgos de cierto optimismo. No me lo creo, y supongo que La Voz tampoco.

Cinco adolescentes suben a mi vagón (tres son chicas). Campana de largada: dos vendedores “pesi, sevená, cerveza”, ofrece uno; “panchos, panchos”, grita el otro, y alucino que me está tomando el pelo. El tren no arranca más. Los cinco pendejos hablan las mil boludeces del mundo pero me divierten bastante. La cadena de vendedores duró nada. La Voz no me habla y no pienso. Sale el tren e intento distraerme con el paisaje (urbano). Paso por varios lugares donde alguna vez estuve, o al menos les pasa muy cerquita y aparecen fugaces memorias instantáneas en mi cabeza: las canchas de Independiente, Racing y Arsenal (sentimientos), algunos rinconcitos del barrio de Quilmes (melancolía), la estación de Bernal (otro recuerdo).

Las ruedas del tren sacan chispas contra los rieles, regalando un efecto cósmico. Los cinco adolescentes se recontra cagan a cachetazos, todos meten mano y se ríen (ejecutan una espontánea obra teatral para el resto de los pasajeros del vagón). No sube un vendedor ni de pedo. El tren pasa por estaciones de distinto palo. En Plátanos bajan los cinco jóvenes y ¡¡PLAF!!, una de las pibas cae desparramada al suelo. Se ríe medio tren y media estación (la gente aplaude en sus hogares). El mundo está vivo. Ni noticias de La Voz.

Sigue el tren. Al rato me vuelvo a colgar. Se para un flaco (está con dos minas y un chabón) y pregunta de dónde viene el frío. Del alma, casi le contesto. Vuelve a sentarse. Las dos parejitas se abrazan y termina el asunto, pero el frío continúa. Otro empate de la vida. Tengo sueño. En el medio de la nada hay una estación (noto lo distinto que es el mundo de día y de noche). Cuando para en Villa Elisa, vuelve La Voz. Me hago el distraído. Un minuto después, le hago una pregunta y me contesta carcajeándose. Esbozo media sonrisa triste mientras largo el humo por la nariz. Me pongo a pensar en la hijaputez de esos tipos que orquestan planes macabros y se cagan en todo. En los momentos en que las palabras no alcanzan, y la vida es otra cosa. Me quedo pensando en eso. El tren está llegando a la nocturna estación de Ringuelet y me paro para bajar. La Voz me habla por última vez.

4 comentarios:

  1. Tanguito, me arrepiento de no haber entrado antes....
    no puedo dejar de leer...

    te robo la frase "otro empate de la vida"...

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  2. Hola! como estas? Me dejas sin palabras, cada cosa que escribis tiene mucho por analizar y mucho para decir... Me encanta!, no puedo parar de leer... Besos

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  3. Hola Ceci, muchas gracias por el comentario. Que estés bien. Un beso, gracias por la onda.

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  4. Me estoy llevando este texto para trabajar la parte de crónicas con mis alumn@s. Espero que no te joda, no tengo tiempo de esperar a que me respondas (clase atrasada, los tiempos empujan).
    Beso grande!

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