lunes, 11 de octubre de 2010

UKJAMARAKI LURJAÑÄNI

Diversidad es una palabra maravillosa. Conlleva la posibilidad de reconocer, comprender y respetar culturas diferentes. Por un lado, rompe fuerte con la retrógrada idea de pensar el mundo de forma etnocéntrica, racista y discriminadora. Por el otro, deja lugar a la alternativa de poder ser, de poder circular y atravesar generaciones. Abre. Y permite el encuentro de mundos diferentes, multiplicando y enriqueciendo la trama de los caminos.

Pero la cuestión no puede quedar resuelta en un título o una linda frase. Implica una batalla de pensamiento, intensa y paulatina. La primera lucha es contra los prejuicios, de los que todos somos presa. De poco sirve rasgarse las vestiduras del antiimperialismo si esto no va de la mano de una acción que refuerce la valoración de lo diferente.

La cultura de los pueblos se compone de múltiples sentidos e infinitos elementos, los cuales pueden ser resignificados de muchas maneras. Mal podría uno atribuirse cerradamente el patrimonio popular como si este fuera un paquete fijo y delimitado, sin tomar en cuenta sus matices y las ramas de sus ramas. Y las semillas.

En la actualidad, el arco iris continúa señalando el camino de regreso a Guinea (África) para el pueblo de Haití. La divinidad de la Pachamama sigue siendo símbolo de la vida y la naturaleza para millones de personas en todo el continente. Su culto ha sido multiplicado y reproducido hasta nuestros días, en zonas geográficas de lo más diversas.

Muchas de las comunidades originarias de las tierras americanas fueron arrasadas por el exterminio millonario de hace cinco siglos. Sin embargo, algunas de ellas aún subsisten, como también sus lenguas, sus creencias religiosas, sus modos de organización, sus tipos de formación educativa, sus técnicas para el trato de la tierra y el cuidado del agua, sus distribuciones de la riqueza, sus composiciones artísticas, sus formas de vivir la vida. Por su parte, las plumas y las voces de la historia oficial se encargaron de omitirlo y ocultarlo, colaborando en la instalación del capitalismo etnocéntrico y monoteísta.

Por eso, a lo mejor sea un buen momento para potenciar nuestra capacidad de reconocimiento del otro, de sus derechos y su identidad. De los que habitaron las tierras americanas desde siempre. De los que fueron explotados y masacrados por doquier, pero igualmente resistieron y están aquí. Tal vez nos reconozcamos en buena parte de sus vidas y sus creaciones. Tal vez nos demos cuenta de que su sangre está en nuestras venas abiertas de hoy. Tal vez podamos sentir que aún en el siglo XXI su fe y su fuerza viven en muchos de nosotros.

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Hicieron camino al andar