miércoles, 6 de octubre de 2010

CITA A CIEGAS


Un torero en bolas. Ese que camina las calles silbando canciones que no se sabe o que no existen. El de la tabla sin múltiplos. Un suicida con una lapicera. El de la fucking melancolía. Un speed con speed.

Una gotita en el viento del desierto. El abominable hombre de los fuegos. El muñeco de mediados de año. Ese que, con carpa, corre hacia la còmoda nada. Ese cuadradito cuadriculado a pulso parkinsero, el del vinito volcado en el pecho, el que espía para adentro, el artesano carente de moulinex y de palabritas por arriba del moño.

Ese carrito sin melones, el cheque en negro, el antiruido que tontea por la ciudad. El de la llave perdida, el del colectivo lleno, el que hasta teme que nunca llegue el encuentro del próximo diluvio.

Ese soy en los momentos que transcurro acompañado de la soledad, la tristeza y la nostalgia, cuando con este tonto que soy no están esos seres que amo y admiro. Esas horas de mierda por día en las que no hay nadie, y pienso, como el tonto que soy, en los que no están, y en los que ya nunca estarán de nuevo. Los momentos en los que aniquilo mi corazón a preguntas y mi cabeza a martillazos. Esos ratos de antifelicidad en los que siempre nunca hay nadie. Y derivo, si, me voy por ahí a sufrir por otros. Pienso en ese pendejito que iba a manguear a la puerta del supermercado, un guachito, tendría 9 o 10 años, bastante pícaro, con algo de maldad propia del entorno, y no puedo borrar de mi mente la carita con la que cantaba el fantasma de Arbol, y pienso que un día pregunta si david no viene más, y alguno que le dirá que no, y ya te dije que no rompas más las pelotas por acá, y que no te queremos ni ver. Y me pregunto adónde irá toda esa mierda de rencor absurdo, y lo imagino de pegamento o de paco y me quiero matar, y después (aunque me aferro a la posibilidad de que no suceda) metiendo caño por ahí y cagado a palo por la policía, y después, claro, estos cabeza de mierda y todo eso. Ese cruel desconocimiento de causantes y complicidades, alineado a estigmatizaciones tenaces y viles señalamientos, entre otros males. Y él sí que entendió el fantasma, y yo lo entendí con él ese día. Y me avergüenzo de creerme sufrir por sus dolores, los que conozco y los que no, sobre todo estos últimos. Y no quiero más lola. Sólo confiar en que llegarán vientos de posibilidades e inclusión algún día, parecidos a esos momentos de felicidad que me regalan ustedes, los que quiero, los caminos con corazón, esos que le dan sentido a la vida.

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Hicieron camino al andar